domingo, 16 de mayo de 2010

La melodía perdida.

Ruido.
Ruido. Un frenesí de sonidos salvajes que se retuercen y amontonan en mi cabeza, los oigo todos pero no distingo ninguno.
No escucho nada (con tanto ruido).
Quisiera poder sentir música entre todo este caos (de sonidos) que entra y sale de mis oidos, pero solo siento el deseo intenso de salir corriendo.
Hojas pasando
Puertas que se abren y se cierran
Un lápiz garabateando sobre un papel
Una bolsa de plástico
Alguien comiendo compulsivamente
Miles de conversaciones paralelas
Gritos
La retransmisión a todo volumen de un partido de fútbol
El Tic-Tac de un reloj de pared
El traqueteo de algún viejo calefactor
Teclas

Me da miedo, por mi sangre empiezan a correr miles de malos sentimientos;
el tiempo, el ruido.
Todo tan rápido.

¿Dónde estás, Silencio? Añoro tu melodía, esa que nadie comprende y me ayuda a detenerme en el tiempo, esa que le devuelve la magia a las cosas y me ayuda a soñar, la melodía que me hace escribir y volar...
El Silencio sí que es Música (y no el ruido).

martes, 23 de marzo de 2010

No puedo escribir.


Porque me pongo a escribir lo que salga y lo que salga es gris, lo que salga es frío, es soledad, lo que salga es miedo y nostalgia, es inseguridad, es vacío, lo que salga es recuerdos y amargura, es dolor e incertidumbre, es humedad… lo que salga y lo que sale es humo… un humo gris intenso que se pierde en las tinieblas de mi habitación, enigmático y misterioso pero con una belleza casi amenazante, ingrávido, ligero, sutil y embelesante sale, gira en el aire, dibuja formas misteriosas a su gusto, te distrae, se eleva y se difumina; un humo traicionero que lo ocupa todo cuando parece que se ha ido, tóxico, hipnótico y gris… como mis pensamientos.

viernes, 12 de marzo de 2010

Tempus fugit.

La vida pasa tan deprisa como un parpadeo, a veces parece que apenas durase unos minutos, o unos segundos...
Y en ese corto instante que tardas en cerrar y abrir los ojos tienes que hacer muchas cosas, precisamente esa preocupación por hacer de un instante una eternidad llena de historias que contar es lo que hace que nos olvidemos de lo más importante, vivir.
Las personas pensamos que las cosas que tenemos van a estar ahí siempre y que podemos parar y prolongar el tiempo a nuestro antojo, como reyes que, sentados en su trono, juegan con un reloj de arena a hacer y deshacer cuanto quieren... y, a lo tonto, el tiempo se nos va y con él todo lo que vivíamos y no sabíamos apreciar, todos los propósitos que fuimos posponiendo a un mañana que nunca llegó, todas las palabras que faltaron por decir y todos los sentimientos frustrados que encerramos en nuestro interior. Y, mientras tanto, el tic-tac del reloj sigue sonando, condenando a un eterno olvido cada segundo vacío que pasa, como si no hubiera existido nunca.

Pero algún día llegará el momento en el que nos paremos a mirar atrás y descubramos que, en tantos años, no hemos vivido nada, entonces nos preguntaremos si algo de lo que hemos hecho, por mínimo que sea, ha mejorado nuestra vida... pero, por desgracia, suele ser demasiado tarde para remendar los rotos que dejamos en el ayer y rellenar los espacios vacíos que malgastamos y desterramos a un poderoso y ancestral olvido; y esa impotencia es la que nos hace ver que hemos perdido el tiempo.
Y, por desgracia, éste nunca vuelve a buscarnos.

¿Qué harías si te enteraras de que te quedan apenas unos meses de vida? Si la respuesta es vivir quizás deberías empezar ahora.

martes, 23 de febrero de 2010

Ser o no ser.

"Hace un rato, estaba mi gata cerca de mí como casi siempre, y sin querer le he dado un buen golpe, ella ha salido huyendo de mi despavorida como si mi agresión hubiera sido un ataque, al rato de esto ha vuelto y se ha puesto a jugar con mi pelo y ronronear plácidamente como si nada hubiera pasado. Más tarde, mientras yo subía las escaleras, ella ha empezado a cruzarse entre mis piernas y casi me caigo por su culpa, nada arrepentida ha continuado mordiendo los bajos de mi pantalón hasta que, de nuevo sin querer, la he pisado y, como es lógico, tras soltar un gemido ha salido corriendo."

Algo así de sencillo me ha hecho pensar en lo poco humano que es el comportamiento humano a veces.
Con frecuencia las personas nos olvidamos del queriendo o sin querer y juzgamos determinados actos que no tenían ningún tipo de mala intención y que, en muchos casos, no son más que accidentes. Otras veces nos permitimos el lujo, al igual que mi gata, de enfadarnos con los demás por las consecuencias de un acto propio; errar es humano, sí, pero eso también pueden hacerlo los animales, la verdadera diferencia es la capacidad que tienen las personas (o deberían tener) de reconocer un error, y es esto, sin embargo, lo que solemos olvidar, criticando actos ajenos por algo que en realidad es culpa nuestra.
Sin embargo cuando golpeo, queriendo o sin querer, a mi gata su disgusto no dura más de unos minutos y nunca me niega el perdón si se lo pido, ya que sabe que mi acto no tiene relevancia alguna en comparación con todo el cariño, la compañía, la comida y, en resumen, con todo el beneficio que le doy.
Todo esto me supone un gran dilema ya que en ocasiones las personas nos parecemos a los animales actuando sin pensar, juzgando, culpando a los demás sin ver nuestro propio error y dejando de lado los sentimientos, deseos o intenciones de los demás; pero, por el contrario, somos incapaces de asemejarnos a dichos animales en la capacidad de perdonar, olvidar y valorar todo aquello positivo que otros nos aportan...
¿Qué nos hace, entonces, considerarnos una raza "superior"?
¿El egoísmo?

Si queremos hacer el alarde de estar por encima del resto de animales deberíamos esforzarnos por utilizar las cualidades de las que estamos dotados y que esa "superioridad" de la que hablamos consista en saber hacer de ellas un don que nos ayude a mejorar cada día y no un arma para atacar a todo lo que nos rodea.
De la otra forma ser humanos solo nos convierte en animales dotados de inteligencia que se destruyen y atacan los unos a los otros pero, a diferencia del resto de seres vivos, lo saben.